Así que les contaré un poco de la historia detrás de ésta decisión.
Dicen mis padres que desde el vientre fui un bebé poco común. Durante el embarazo, papá y mamá me hablaban (como habían hecho con mi hermano y como posteriormente harían con mi hermanita) y me contaban historias. Cuando no hacían eso, de alguna forma lograban que escuchara música de Franz Liszt o de Vivaldi, quizá de más compositores, pero lo hicieron durante todo el proceso de desarrollo.
Sin embargo, en algún punto mi madre sufrió alguna especie de diabetes efímera, que propició que creciera demasiado dentro de ella y obligó a los doctores a cortar la gestación a los ocho meses, más o menos. Aun así, fui un bebé grande y pesado, que por azares del destino llegó al mundo en un día en el que no había agua.
Me tuvieron que bañar con aceite. Nací con el cabello sobre la frente, la nariz hacia arriba y los ojos hinchados, y no se en que punto dice mamá que los abrí, pero cuenta que quedó pasmada. Cuenta también que mi abuela se me acercó y exclamó -¡Es igualito a mi! -, y ella pensó "¡No por favor!".
Durante los primeros años de mi vida yo era un bebé poco común. En lugar de hacer lo que se esperaba de mí, dicen que me sentaba por horas a mecerme y balbucear, como si fuera retrasado mental o tuviera la mente en blanco. Mi voz era grave, para un bebé y a mis padres les preocupaba que me robara los biberones de mis dos hermanos cuando ellos se quedaban dormidos. Desde entonces tengo un gran apetito.
Probablemente rompa la cronología, pero tenía un pasatiempo: jalar las costosas lámparas de tacto de mi mamá del cable para hacerlas caer al piso y escuchar cómo se rompían. Mi hermano desarmaba videocaseteras y a mi hermana le gustaba rayar las paredes. A mí me gustaba romper las lámparas porque su sonido era algo especial. Seguramente hasta sacaba la lengua, como cuando metía los dedos en el enchufe y corría con mi papá diciéndole -¡Loque! ¡loque! ¡loque! -.
Hasta antes de que comenzara a hacer eso todos tenían la teoría de que era un niño autista. No lo dudaría, pues a veces pienso que pueden existir remanentes de algo parecido en mi personalidad. También todos tienen la teoría de que fue un evento el que cambió aquella condición.
Se supone que había un juguete sobre mi cuna que al jalar un cordón producía cierta melodía. Yo recuerdo el juguete, pues años después lo encontré y me pregunté por qué estaba roto y por qué no hacía ningún sonido. Era como una casita color verde y de techo café, algo muy sencillo.
Llegó el día en el que cuando mis padres salieron de la habitación y la melodía de aquel aparato se detuvo, quise escucharla de nuevo. Entonces me paré y me estiré para alcanzar la cuerda. Me estiré y me estiré, hasta que finalmente la tuve en mi mano y me colgué de ella. Por supuesto mi peso fue demasiado y el juguete se rompió, con lo que fui a parar al piso, dándome un buen golpe en la cabeza.
Yo no sé si ese golpe me cambió de por vida, como no sé si alguna vez fui autista y tampoco sé si he dejado de serlo. Pero si de algo puedo estar seguro es de que estuve dispuesto a arriesgarme mucho por una melodía, por la música. Y precisamente eso lo que hice con la decisión que acabo de tomar.
-Desde entonces ya eras muy sensible a la música - dijo mi mamá cuando me contó.
Mi pasión por la literatura surge mucho después, durante los años que viví en San Cristobal de las Casas, Chiapas. Ahí asistí a una escuela que se llama Sor Juana Inés de la Cruz, que después descubriría es de la UNESCO.
Podrá sonar tonto, pero mi lectura comenzó con los libros de Harry Potter. Se leer desde los tres años pero no fui alguien que leyera tan a menudo. Estaba en tercer grado de primaria y recuerdo rentarlos de la biblioteca uno tras otro, terminando de leerlos en cosa de dos semanas.
Mucho después este gusto por la lectura evolucionó y comencé a indagar en los textos filosóficos. Pero bueno, eso es otra historia.
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